Cuento - El Oso de Peluche
En la tienda de juguetes más grande de la ciudad vivía, en una de sus estanterías, un oso de peluche al que se le encendía la nariz cuando alguien le acariciaba las mejillas y movía las orejas cuando le tocaban los pies.
Todos los días veía cómo niños y padres entraban y se llevaban de las estanterías los juguetes más famosos que salían en los anuncios de la televisión. Pero a él nunca lo tocaban.
Muchos, cuando le veían, se burlaban de sus voluminosas orejas, de su nariz, de los ojos tan grandes y negros que tenía, de sus brazos tan finos o de las pezuñas de los pies tan grandes que tenía. Con frecuencia escuchaba cosas como estas:
Y así iban pasando los días. El oso de peluche veía cómo los juguetes preferidos eran siempre los otros, los brillantes y bonitos, los que tenían brazos musculosos, robots con pies que tenían ruedas para moverse, muñecos con orejas y nariz perfectas y proporcionadas.
Una noche, cuando todos dormían, fue al almacén de la tienda, allí donde estaban las piezas de repuesto de los juguetes más famosos. Con gran cuidado se despegó las grandes orejas que a nadie gustaban, las tiró a la basura y se puso unos cascos de música que estaban muy de moda.
Luego se despegó sus dos grandes ojos negros, los tiró a la basura y se pegó dos pequeños ojos brillantes de cristal que tanto gustaban y atraían a los niños.
Después se desenroscó su gran nariz, la tiró a la basura y se enroscó otra más fina y hermosa, esa que tanto agradaba a todos.
Con paciencia, se descosió los pies para quitárselos y ponerse unos nuevos más pequeños, que además llevaban unos patines muy de moda entre los niños.
Para terminar, quiso esconder sus finos brazos poniéndose la chaqueta de cuero negro del muñeco más popular anunciado en televisión.
Ahora sí que se fijarían en él y le querrían todos. Con su nueva apariencia, se marchó de allí y se colocó en su estantería de siempre.
Al día siguiente, un niño, acompañado de su padre y de un dependiente de la tienda, se acercaban por el pasillo en busca de un oso muy especial. La ilusión de aquel niño era tener un oso como ese. El dependiente, mientras lo buscaba por la estantería, le iba diciendo al niño:
Desde luego has hecho una buena elección. Normalmente todos los niños vienen a llevarse los juguetes que salen anunciados en televisión y no se fijan en los demás juguetes. Tú, en cambio, has escogido el más especial y valioso que tenemos en la tienda. Es de tanta calidad, y tan costoso de hacer, que sólo recibimos unos pocos al año. Puede considerarse afortunado el niño que puede tener el oso de peluche que se le enciende la nariz cuando alguien le acaricia la mejilla y mueve las orejas cuando le tocan los pies...
Pero... ¡qué raro! No lo encuentro en la estantería donde tendría que estar. No lo veo por ninguna parte. Quizá lo hayamos vendido ya.
El niño se entristeció mucho al ver que no estaba. Insistió al dependiente para ver si lo encontraba... pero no hubo manera. Y mientras se alejaba muy apenado por el pasillo con su silla de ruedas, de los ojos de cristal del oso de peluche comenzaron a brotar lágrimas muy amargas, porque no sabía que él era tan valioso y tan especial. No sabía la gran calidad con la que estaba hecho. No sabía que su nariz se encendía cuando alguien acariciaba sus mejillas y que movía sus orejas cuando le tocaban los pies. No sabía lo importante que podía ser para un niño que le quería tal como era.
Lloró y lloró desconsoladamente porque ahora ya era demasiado tarde. Se había fijado más en lo que decían de él, que en todo lo bueno que había dentro de sí mismo.
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